En tiempos de elecciones, las divisiones sociales comienzan, las dudas nos invaden y, como una grieta en un plato de porcelana, se vuelve más evidente la inconformidad. Cualquier opinión se convierte en un detonante de múltiples e interminables disputas. Es un ciclo que se repite, una y otra vez, donde la promesa de cambio y la esperanza de un futuro mejor se ve opacada por la realidad de una política que parece más preocupada por el poder que por el bienestar de la gente. Es en ese momento que nace La Desilusión Electoral.

La Desilusión Electoral.

Es una puesta en escena que, en nuestro país, se ha convertido en un canon de vida. Cada ciclo electoral nos presenta una variedad de candidatos, cada uno con su propio conjunto de promesas y planes. Sin embargo, con demasiada frecuencia, esas promesas parecen más vacías que nunca. Las campañas se llenan de discursos inspiradores y declaraciones de compromiso con la mejora social y económica, pero tras la elección, esas promesas a menudo se desvanecen en la rutina burocrática y los intereses políticos.

La Falta de Representación, es uno de los mayores problemas de nuestra sociedad, y es que ningún candidato parece representar los intereses del pueblo, solo los propios. Siendo que, aquel que toma el poder de una nación debe velar no solo por su seguridad, sino también su bienestar e interés social; y si se elimina esa responsabilidad como líder de su pueblo, entonces la crisis y el caos comienza. Y es que parece que Los Políticos, en su gran mayoría, por no decir su totalidad, están desconectados de la realidad diaria que vive la ciudadanía. Desviando fondos para su beneficio propio y olvidando su labor política y moral con el pueblo mexicano, pisando a la sociedad que ha depositado su confianza en ellos para mejorar las fallas estructurales que, año con año, van en aumento.

Esta desconexión crea un abismo entre los gobernantes y los gobernados. Los políticos prometen mucho durante la campaña, pero una vez en el poder, sus prioridades cambian. Las políticas públicas a menudo favorecen a los ricos y poderosos, mientras que las necesidades básicas de los ciudadanos comunes, como la salud, la educación y la seguridad, quedan relegadas a un segundo plano.

La Hipocresía de la Campaña

Durante la campaña electoral, los políticos suelen afirmar que el pueblo es su principal preocupación. Se fotografían en mercados, visitan comunidades rurales y prometen estar siempre al servicio de la sociedad. Sin embargo, una vez ganada la elección, esas visitas se vuelven nulas y las promesas quedan sin cumplir. La retórica de campaña se transforma en políticas que no reflejan las necesidades y deseos del electorado. La corrupción, la ineficiencia y la falta de transparencia se convierten en la norma, perpetuando un ciclo de desilusión y apatía entre los votantes, pero la verdadera tragedia es el olvido del pueblo. Los ciudadanos, que deberían ser el corazón de cualquier democracia, son utilizados como peones en el juego político, se convierten en peldaños utilizados para llegar al poder, una vez pisados son olvidados y burlados por todos aquellos que llenan sus arcas a costa de la necesidad e inseguridad de toda una nación, sus voces se pierden en el clamor de los intereses especiales y la búsqueda del poder.

Es imperativo que reflexionemos sobre esta realidad y busquemos formas de cambiarla. La democracia debería ser una herramienta para empoderar a los ciudadanos, no para perpetuar la desigualdad y la injusticia. Necesitamos una política que esté verdaderamente comprometida con el bienestar del pueblo, una política que vea más allá de las elecciones y se enfoque en la construcción de una sociedad justa y equitativa.

Para lograr esto, es esencial que los ciudadanos se mantengan informados y participen activamente en el proceso democrático. La presión pública y la rendición de cuentas son vitales para asegurar que los políticos cumplan con sus promesas y trabajen en beneficio de todos, no solo de unos pocos. Porque en el pasado y al día de hoy, ninguno de nuestros gobernantes ha representado ni representa los intereses del pueblo. Son máscaras que venden humo y bellas palabras.

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